lunes, 18 de octubre de 2010

Fronteras

Navegando y blogueando descubrí la siguiente entrada en el blog "El Duque de Camelot", de una amiga nuestra (¡entrada muy recomendable!). En ella, sale a colación el problema de la migración, desde un punto de vista emocional. Se tocan otras cuestiones, pero me ha hecho reflexionar sobre la posibilidad de un mundo "sin fronteras".
A pesar de que la idea es atractiva, la política no entiende de canciones ("imagine..."). Europa vive un drama y hoy empezamos a plantearnos si la "liberté, egalité e fraternité" es un principio global o una política aplicable bajo ciertos supuestos. Me sorprendió escuchar a Angela Merkel abordando esta cuestión tan abiertamente hace pocos días. Cuando uno oye al principal líder político de Alemania decir que el proyecto multicultural alemán ha "fracasado", es para pensárselo.

¿Somos realmente compatibles? Es decir, ¿podemos esperar que alguien de un sitio radicalmente distinto encaje a la perfección al ir a otro lugar o debemos exigir una cierta renuncia a parte de su identidad para lograr la adaptación? Yo creo que sí. No puedo pretender ir a Inglaterra y que acepten mi forma de funcionar "a la española", de la misma forma que un japonés tampoco puede pretender instalarse en Tarragona sin adquirir ciertos hábitos de Catalunya.

Llegados a este punto, sólo me queda plantear la siguiente pregunta: ¿existen partes de nuestra identidad a las que no podemos/debemos renunciar? Y, si esto es así, ¿existen ciertos trazos identitarios incompatibles?

Si la respuesta a las dos pregutas anteriores es afirmativa, entonces tenemos un problema. Alemania lo tiene (en palabras de su canciller). También parecen asomarse síntomas en países como Francia o Holanda.

¿Cuál debe ser la respuesta?

2 comentarios:

  1. Realmente la cuestión es compleja, porque está llena de matices. Parece que si quieres sacar algo por la puerta se termina colando por la ventana.
    Ahora sólo se me ocurren algunas cuestiones sueltas.
    Primero, sí que hay rasgos de nuestra identidad a los que no podemos renunciar. Por esto los países controlan las fronteras, no vaya a ser que se termine colando tanta gente que la sociedad empiece a ir en contra de sí misma. En concreto pienso en los musulmanes. Ángela Merkel habla de ellos y con razón, porque con los musulmanes llegan muchas cosas. No sólo es una cultura, sino una religión y un cierto aire reivindicativo, que puede traer problemas. Además, muchas veces vienen con la idea de la mera instalación, con el propósito de seguir viviendo según sus modos y rodeados de su gente, de modo que la integración es especialmente difícil. Todo esto lo digo desde la perspectiva del país que recibe a los inmigrantes. Desde la perspectiva de los inmigrantes es todo mucho más difícil, porque se presta para menos generalidades.
    Los países tienen que defender su identidad, los inmigrantes también defienden la suya; si esas identidades son incompatibles o no ciertamente no puede haber comunidad. Pero bueno, creo que la franja de lo "gris", lo que se puede compatibilizar es bastante más amplia. Los inmigrantes tienen que llevar la delantera en cuanto a la integración. No me parece nada bien que se formen "ghettos" de gente de un mismo lugar que sólo relacionan entre ellos mismos y tampoco exigir cosas que van en contra de la sociedad a la que se han integrado, al menos en principio. Por supuesto, los nativos del país deben estar abiertos y no ver a los demás como si todos fueran delicuentes.

    Una vez alguien nos habló de la diferencia entre lo que se consideraba "un extranjero" y "un inmigrante". Una persona de USA que viene a vivir a España es un "respetable" extranjero, mientras que un peruano o un rumano, adquiere la categoría de "inmigrante". Quizá hay más cosas en común entre un latinoamericano y un español que entre un canadiense y un español, y aún así la apertura al diálogo y el recibimiento es muy distinto. Así que la cuestión no es sólo de cultura, sino también de prejuicios y mentalidades. Y dinero, por supuesto.

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  2. Estoy muy de acuerdo contigo. Creo que el caso de los musulmanes es un drama que pone a occidente entre la espada (identidad propia) y la pared (respeto y aceptación).

    También en lo que respecta a la diferencia entre "extranjero" e "inmigrante". El glamour nos pierde demasiado a menudo, así como la memoria, ya que hace unas décadas éramos nosotros los que emigrábamos a la desesperada

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