martes, 16 de marzo de 2010

Be flexible, my friend













De la novela “1984” destilan múltiples lecciones. En el libro de George Orwell se tratan grandes cuestiones sociales y políticas que, aunque pertenecen a cuando una tal Isabel era todavía princesa de Inglaterra, son muy actuales. Quienes han tenido el gusto de leer a Orwell, pueden entender a qué me refiero. Estos días reflexionaba sobre el poder. No como cargo o como título, sino como elemento común de los que tienen el mando de un grupo de personas, sea de forma pública u oculta.


El escritor británico distingue en su obra dos clases en torno al poder: los que lo ostentan y los que aspiran a él. Los primeros, si llevan mucho tiempo subidos al trono, tienden naturalmente a maniobrar para conservarlo. Así, lo que empezaba como maniobra evoluciona hacia la imposición, la prohibición y, por fin, la uniformación. Por otro lado, existen los que aspiran a él. Ellos denuncian los abusos de la clase dominante, reclaman una aceptación de las divergencias, libertad…y cuando se ven con suficiente fuerza para hacerse con el poder, van a por él. Paradójicamente, según explica Orwell, tras la acometida inicial de libertades y respeto, la clase antiguamente dominada se convierte en dominadora y acaba adoptando los vicios de su predecesora.


¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? Mucho. Sin entrar a valorar el contenido de su mensaje, hay un no-se-qué en las formas del feminismo que recuerda lo que explicaba Orwell. La teoría de la clase dominante (los hombres) y la sofocada (las mujeres), a su vez, recuerda también a lo que predicó Karl Marx sobre los burgueses y los obreros allá en el XIX. No quiero juzgar su contenido, pero en su discurso tienen un algo parecido que llama la atención.


Hoy se aplican ya las primeras medidas en este sentido. Por eso sorprende que algunos hombres ya empiecen a pedir para ellos lo que hace nada pedían con toda razón muchas mujeres: igualdad de oportunidades.


Probablemente, tras un período prolongado de cerrazón social y laboral, es necesario reavivar desde los estamentos públicos esa pretendida igualdad. Sin embargo, el peligro de burocratizar e inflexibilizar una cuestión tan delicada y variable como la igualdad es que se acaben cometiendo injusticias pasadas con protagonistas distintos. En un entorno en el que hay más mujeres que hombres en la universidad, con mejores cualificaciones y con grandes expectativas, el futuro quizás no pase por la imposición legal de las ansiadas oportunidades, sino en generarlas dentro de un marco flexible y adaptado a la realidad actual. En definitiva, en ayudar a que quienes hoy aspiran a entrar en el mundo laboral tengan todo el apoyo que requieran, pero a sabiendas de que entran por méritos propios y no por haber nacido hombre o mujer.

jueves, 4 de marzo de 2010

Somos idiotas




































Sí, es así: somos idiotas. Sin ambages ni florituras, idiotas. Idiotas rematados, de hecho. Y el uso de la primera persona del plural es una simple gentileza hacia quienes son capaces de arriesgar uno de los monumentos más maravillosos de la historia de la humanidad para ahorrarse un rodeo en el trazado de una vía. Es decir, para ahorrarse unos minutos de trayecto. ¿Quién es capaz de semejante estupidez? Adif con el beneplácito de las autoridades incompetentes (Ministerio de Fomento, sin ir más lejos).

Seré claro: estoy hablando de las obras del AVE, las famosas obras del AVE, que tienen planeado pasar cerca de la Sagrada Familia. El Templo expiatorio, de valor incalculable, está en construcción desde el año 1882. Se ha anunciado que el próximo 7 de noviembre el Papa Benedicto XVI visitará Barcelona con el fin exclusivo de celebrar los primeros oficios en el Templo, que cerrará de esta forma otra etapa de su construcción (se calcula que se terminarán las obras en el año 2020 definitivamente).

Pues bien, cuál ha sido mi sorpresa hoy al descubrir que los famosos túneles del AVE, los que presuntamente han sido estudiados y reestudiados por los encargados de las obras del tren de Alta Velocidad, pasarán más bien cerca del Templo de Gaudí. Concretamente a 1,5...¡¡metros!!


















Sí, efectivamente, 1,5 metros. ¿Kilómetros? ¡No señor! M-e-t-r-o-s. Si mi hermano de 12 años se tumba en el suelo, ocupará la distancia de seguridad que se ha dejado entre la Sagrada Familia y el puñetero tren.

Hoy en día el Templo tiene una altura de 70 metros. Según la previsión de las obras, deberá medir 170. En fin, incluyo las declaraciones de Dn. Mariano Ribón en el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Cataluña, también autor de obras técnicas de gran complejidad como la de la central térmica del Besós. El estilo es un poco telegráfico, pero servirá para hacerse a una idea de lo que se planea hacer. Podéis encontrar más información sobre su ponencia en esta web.

Todo el que proyecta o ejecuta una obra tiene que aceptar una probabilidad de fracaso y, en base a ella, adoptar un coeficiente de seguridad.
La probabilidad que suele adoptarse es de 1 / 50.000. Es una probabilidad pequeña, equivalente a que toque el gordo de la lotería, jugando un solo número, y se corresponde, bastante bien, con la realidad. Una de cada 50.000 obras, aproximadamente, se derrumba. La probabilidad de que se produzcan siniestros durante la construcción de túneles es mucho más alta. Los ingenieros Guy Lance, de la Universidad de Londres y John Anderson, de la de Glasgow, han efectuado un informe sobre las incidencias sufridas, desde 1970, en túneles de todo el mundo,. Se han construido 2.017 túneles con una longitud total de 8.750 kilómetros y se han producido 19 incidentes graves. Significa que se han producido 0,94 incidentes graves, casi uno, por cada cien túneles. La proporción es considerablemente mayor, porque hay muchos países, empresas e ingenieros que silencian y ocultan sus fallos.
Aún así, la probabilidad, en sí misma, no basta para tomar decisiones. Lo verdaderamente importante es la esperanza matemática. La esperanza matemática es la probabilidad multiplicada por el valor de la pérdida o la ganancia. El coeficiente de seguridad debe fijarse, en consecuencia, en función del perjuicio que originaría el fracaso de la obra, y El Templo de la Sagrada Familia tiene un valor casi infinito.
Es, a juicio de la mayoría de los que la visitan, más de tres millones de personas al año, la obra de arquitectura más sublime y maravillosa del mundo.

Recientemente ha aparecido un socavón cerca de las obras. Las autoridades lo niegan. Aún así, lo que está claro es que no hay recorrido, ni minutos, ni millones, ni nada de nada que justifique arriesgar esta obra centenaria. Lo contrario es propio de idiotas. Sí, idiotas.