martes, 3 de abril de 2012

El cuento de la siesta y la fiesta

Sangría, sol, playa, siesta y fiesta. El buen rollito, calidad de vida y la ausencia de agobios hace tiempo que se han convertido en el orgullo de todo buen español. España es hoy el parque temático low cost de Europa. Y este modelo empezamos a exportarlo: allá donde un español, todos esperan que se convierta en el rey de la fiesta. Bendito rol de idiotas el que ha reservado la historia para España.


¿De verdad es esto España? ¿Ese grupo de pobres hidalgos que se lanzó a la conquista de un continente pensaba sólo en el alcohol? ¿Quienes se batían en Flandes entre barro y sangre eran burgueses de mala playa? Los literatos que morían de hambre para sacar a la luz sus obras, ¿que pensarían de todo esto?

La península ibérica nunca ha sido un lugar de funcionarios obedientes y abnegados, eso está claro. Tampoco de buenos gestores, como algunos se esfuerzan en volver a demostrar. Pero también lo es que entre sus habitantes la reciedumbre, la valentía y la fortaleza eran virtudes extendidas. Hoy no queda nada de eso. La visita delos paladines de Merkel pone de manifiesto algo que hace años que se ve: España es un país que ha olvidado sus fortalezas y que ha dejado de lado su ambición. Es un país de funcionarios de segunda, políticos de subvenciones, tertulianos de bar de la posguerra y actores semiprofesionales que ponen el timón rumbo a la anestesia del botellón y el derecho a no hacer nada.

Ante esto, lo que sorprende no es que catalanes y vascos rechacen un país que pocas veces les quiso, sino que los españoles no abjuren. Quienes aspiran a la unidad deberían encontrar argumentos seductores para sacar del letargo a unos y otros. El "Viva España, ¡Cojones!" ya sólo excita a bigotudos aficionados al alcohol.