De la novela “
El escritor británico distingue en su obra dos clases en torno al poder: los que lo ostentan y los que aspiran a él. Los primeros, si llevan mucho tiempo subidos al trono, tienden naturalmente a maniobrar para conservarlo. Así, lo que empezaba como maniobra evoluciona hacia la imposición, la prohibición y, por fin, la uniformación. Por otro lado, existen los que aspiran a él. Ellos denuncian los abusos de la clase dominante, reclaman una aceptación de las divergencias, libertad…y cuando se ven con suficiente fuerza para hacerse con el poder, van a por él. Paradójicamente, según explica Orwell, tras la acometida inicial de libertades y respeto, la clase antiguamente dominada se convierte en dominadora y acaba adoptando los vicios de su predecesora.
¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? Mucho. Sin entrar a valorar el contenido de su mensaje, hay un no-se-qué en las formas del feminismo que recuerda lo que explicaba Orwell. La teoría de la clase dominante (los hombres) y la sofocada (las mujeres), a su vez, recuerda también a lo que predicó Karl Marx sobre los burgueses y los obreros allá en el XIX. No quiero juzgar su contenido, pero en su discurso tienen un algo parecido que llama la atención.
Hoy se aplican ya las primeras medidas en este sentido. Por eso sorprende que algunos hombres ya empiecen a pedir para ellos lo que hace nada pedían con toda razón muchas mujeres: igualdad de oportunidades.
Probablemente, tras un período prolongado de cerrazón social y laboral, es necesario reavivar desde los estamentos públicos esa pretendida igualdad. Sin embargo, el peligro de burocratizar e inflexibilizar una cuestión tan delicada y variable como la igualdad es que se acaben cometiendo injusticias pasadas con protagonistas distintos. En un entorno en el que hay más mujeres que hombres en la universidad, con mejores cualificaciones y con grandes expectativas, el futuro quizás no pase por la imposición legal de las ansiadas oportunidades, sino en generarlas dentro de un marco flexible y adaptado a la realidad actual. En definitiva, en ayudar a que quienes hoy aspiran a entrar en el mundo laboral tengan todo el apoyo que requieran, pero a sabiendas de que entran por méritos propios y no por haber nacido hombre o mujer.
La entrada es un poco dura al principio. Me parece que comparar el feminismo con la lucha de clases de Marx es pasarse un poco de la raya. Aunque por otro lado la idea de fondo se entiende bastante bien... supongo que sólo es un tema de corrección política.
ResponderEliminarSí, tienes razón, me he arriegado un poco en la entrada. Creo que existe cierto paralelismo, salvando las distancias, pero sé que decirlo (aún cuidando las formas), puede llegar a se algo atrevido. Me alegro de que se entienda.
ResponderEliminar¡Gracias!
Muy buen artículo Yago, me ha encantado.
ResponderEliminarFeliz Pascua!
¡Muchas gracias Raquel!
ResponderEliminar¡Espero que disfrutes de las vacaciones!